Mientras estaba escribiendo este artículo, mi hija de 9 años estaba mirando sobre mi hombro, inocentemente espiando lo que yo hacía, y reconoció una foto de Donald Trump en mi computadora. Me preguntó “¿Sobre qué tema estás escribiendo hoy papá?” Le contesté que se trataba de un artículo que señala cual es uno de los factores más influyentes que puede mellar el funcionamiento en los equipos de alto rendimiento. Ella me respondió literalmente: “Si uno de esos factores está relacionado con el ego excesivo, has elegido el mejor ejemplo papá”. Mi querida Paula tenía toda la razón.

Ni los seguidores más devotos de Donald Trump pueden negar que Trump es la personificación tanto del egocentrismo (creer que las opiniones e intereses de uno son los más importantes) como del egotismo (creerse mejor y más importante que el resto). Esta excesiva importancia que Trump se ha concedido a si mismo, está menoscabando sus esfuerzos para lograr armar equipos de alto rendimiento en la Casa Blanca. De acuerdo con un estudio realizado por la Institución Brookings, durante el primer año de mandato de George W. Bush como presidente, el 6% de su personal de mayor jerarquía fue despedido, renunció o cambió de área de trabajo. Barack Obama experimentó lo mismo en un 9%, mientras que Donald Trump rompió el récord, alcanzando un 34% de rotación de personal durante su primer año de mandato (de hecho, algunas semanas después de que Trump cumpliera sus primeros 365 días como presidente, este porcentaje escaló hasta el 43%).

El ego es el concepto individual que tenemos de nosotros mismos y que nos permite distinguirnos de los demás. Esta imagen que tenemos de nosotros mismos incluye, entre otras cosas, la manera en la que percibimos nuestra identidad, nuestro aspecto, nuestra posición social y los distintos papeles que desempeñamos (como líder, compañero de equipo, esposo, empresario, amigo, hermano, etc.). Por lo tanto, nuestro ego constituye nuestra interfaz con el resto del mundo, un aspecto de nuestra experiencia humana que es parte de nuestra naturaleza. Por ende, no tener ego no es opcional, pero tener un sano concepto de uno mismo sí lo es.

No es fácil desarrollar un concepto sano de uno mismo. A lo largo de nuestra vida, nos vemos influenciados por nuestros padres, por nuestros maestros de escuela, por los medios de comunicación, por aspectos culturales del lugar donde vivimos, por nuestras creencias religiosas, etc. Sumado a esto, al socializar e interactuar con el mundo, nuestra mente produce una historia interna, una narrativa sobre la imagen que tenemos de nosotros mismos, la cual se va cuajando con el paso del tiempo. De una manera lenta pero firme, aprendemos a proteger y a fortalecer nuestro ego como parte de nuestro instinto de supervivencia.

La razón por la cual la palabra “ego” suele tener una connotación negativa, está relacionada con tener una identificación exagerada con la imagen que tenemos de nosotros mismos. En este caso, el ego se convierte en una entidad disfuncional. Si hablamos de dinámicas de grupo en el ámbito laboral, un exceso de ego se convierte en el cáncer que comienza a debilitar los elementos vitales de la dinámica de trabajo en equipo, distanciando a sus miembros y poniendo en riesgo el elemento más importante de los equipos de alto rendimiento: La meta.

Las personas que han trabajado en equipos de alto rendimiento saben que la meta es lo primero, por delante de cualquier otra cosa. Por lo tanto, todas las ideas y puntos de vista que contribuyan a alcanzar la meta tendrán prioridad. Aquel miembro del equipo que es egotista siempre tiene que tener la razón, por lo que sus ideas son las que deben prevalecer por sobre las demás, aunque no sean las mejores.

El miembro del equipo que es egotista tiene la necesidad de ser especial, el centro de atención, una sensación de privilegio que arrasa con los derechos o virtudes de cualquier otra persona. Esta actitud se vuelve una distracción, algo que se debe manejar, lo que contamina los procesos de toma de decisiones y lo que produce rápidamente un distanciamiento por parte de sus compañeros de equipo.

El ego no siempre se manifiesta en una dinámica de equipo en forma de comportamientos ególatras para llamar la atención. Cuando existe un deseo muy fuerte de ser aceptado, proveniente de un temor al rechazo o a no ser lo suficientemente bueno, en ocasiones el miembro egocéntrico del equipo comienza a comportarse de una manera complaciente con todos para sentirse seguro. De esta manera, oculta o no comparte ideas que podrían ser importantes para alcanzar la meta, evitando asi que lo juzguen con el fin de proteger su ego. Esto ocasiona que el miembro egocéntrico del equipo de trabajo afecte el desempeño del equipo en general.

Si descubres que tu ego comienza a adquirir un papel protagónico en tu vida, debes de manejarlo sabiamente antes de que provoque algún daño que eventualmente te llevará tiempo reparar. Si no controlas tu ego, te lastimará en muchos aspectos, tanto profesional como personalmente.

Existen algunos mecanismos que puedes poner en práctica para mantener a tu ego bajo control:

Aceptación. Debemos recordar que tener un ego es parte de nuestra naturaleza humana. A medida que el ego se va desarrollando, pareciera que cobra vida propia. Si bien el instinto primario del ego es ayudarnos a sobrevivir, la manera en que lo lleva a cabo no siempre es la ideal. No te embarques en la tarea imposible de deshacerte de tu ego. Simplemente acéptalo como parte de tu naturaleza, recordando siempre que tú eres quien tiene las riendas.

Familiarízate con la voz de tu ego. Muchas de las elecciones que tomamos están condicionadas por nuestras voces silenciosas internas. Nuestro sistema de guía interno central, al que muchos denominan nuestro espíritu, alma, esencia o consciencia, constituye la voz que nos ayuda a realizar las elecciones correctas (a través principalmente de nuestra intuición), por lo tanto, esa es la voz de la intuición que debemos escuchar. No obstante, la voz del ego suele tornarse más elevada (“qué pensarán si digo/hago esto…”) y tiene la intención de tener la última palabra en la toma de decisiones que llevamos a cabo. Es necesario tomarnos el tiempo para aprender a distinguir la voz del ego de la voz de nuestra guía interna central.

Mira todo con humor. El humor desbaratará las intenciones de tu ego en un santiamén. Cada vez que sientas que estás juzgando a alguien, reaccionando desmesuradamente, quejándote de los demás o dudando de ti mismo, toma la postura de “otra vez con lo mismo” y ríete. Ver el lado gracioso de la agenda controladora, dramática y a veces telenovelera de tu ego, te ayudará a restarle energía y momentum a las intenciones de tu ego.

Medita todos los días. La mejor manera de elevar el volumen de tu sistema de guía interno central y disminuir el de tu ego es la práctica diaria de la meditación. La meditación silenciosa (utilizando la técnica que prefieras) durante 10 minutos como mínimo por día, provocará que la intuición comience a ser cada vez más pronunciada en ti, opacando la necesidad que tiene el ego de dominarlo todo.