La frase memorable que surgió de la NASA “El fallar no es una opción” ha postulado una concepto equivocado respecto a los aspectos positivos del fallar.

Cuando mi hija tenía 8 años, vino una tarde a mi estudio con un papel blanco con una palabra escrita de lado a lado en letras grandes y bien marcadas. La palabra era “F.A.I.L.” (fracaso, en inglés).

Con una sonrisa picarona me preguntó: “papá, ¿sabes lo que significa F.A.I.L.?” En cuando me di cuenta de que tramaba algo, le dije: “dímelo tú”. Con seguridad, me respondió: “papá, F.A.I.L. significa First Attempt In Learning (Primer Intento En Aprender, en inglés)”.

Automáticamente sentí alegría al escuchar su respuesta, ya que entendí que si esta creencia se arraigaba en ella, el nivel de empoderamiento y seguridad que sería capaz de desarrollar se convertiría en una ventaja a la hora de correr riesgos necesarios en su vida.

Cuatro años más tarde, sigo recordándole lo que me explicó esa tarde. Como padre, me di cuenta de que tengo que estar atento en todo momento, para evitar que el condicionamiento social afecte su creencia positiva.

De la misma manera, sigo recordándole lo que Thomas Edison le respondió a alguien que lo criticaba por sus intentos fallidos de lo que posteriormente fue la bombilla incandescente: “no he fallado. Simplemente he encontrado 10.000 maneras que no funcionan”.